Son tardes melancólicas
que se van en tres minutos,
en dos horas frente a la ventana.
Y cuando aquel hombre de la calle
tras el cristal, decide ver qué pasa
el gato trae la noche y escapa;
y es entonces cuando todo, ¡todo!,
se tiñe de negro y azul y no te deja ver,
para que no te den miedo
los sueños de los que siguen despiertos,
muertos durmientes de ilusión y asfalto.
Y la tarde melancólica se vuelve fría,
disfrazada de mar profundo,
y deja paso a los gatos que siguen vivos,
huyendo por los tejados.
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