Hacía frío en aquella jodida calle, sí.
Apoyó la espalda en la pared helada y tosió, con aquella tos de fumador que tanto le reprochaba su padre; se llevó el cigarro a los labios y dió una larga calada.
-¿Qué, haciendo tiempo hasta que toque?
La voz, clara y con algún matiz de reproche, hizo que Daniela saliese de entre sus pensamientos.
-Ah... hola, profe.
La mujer hizo un mohín de disgusto y le quitó el cigarrillo, tirándolo al suelo.
-No deberías fumar.
-¿Y tú- le tuteó pensando que le molestaría- no deberías preparar tus próximas clases?
Ella soltó una carcajada y le revolvió el pelo, corto y con mechones azulados.
-Anda, entra. Y antes de que se terminen las clases, pásate por mi despacho.
Daniela iba a responder algo salido de tono, pero entonces llegó Sara, cortando el aire frío con su melena pelirroja; para cuando la había saludado, la profesora se había ido.
Trajo de cabeza a la profesora de Historia haciendo preguntas sin sentido, y aturdió al de Lengua y Literatura planteándole un problema sintáctico imposible; luego, se saltó las dos horas siguentes para dar un paseo en su moto, que sólo ella sabía de donde había sacado. Y, sin embargo, volvió a tiempo de echar un cigarro frente a la ventana de su despacho, con una burla que casi pedía a gritos ser observada.
Si supieras que te miro...
-¿No te cansas?
Daniela alzó una ceja, interrogante, desde su posición despatarrada en la silla, frente a la profesora.
-¿Cansarme de...?-preguntó, dejando hueco para la respuesta.
-De llamar la atención. De... querer que todo el mundo te mire.
La adolescente se rió un poco entre dientes y la miró. Joven, guapa, con el pelo largo y liso color negro carbón; vestida con chaleco, camisa y pantalones negros ajustados, sin olvidar las botas.
-...sincera, alegre, amable y atenta...-dijo en voz suave.
La profesora la miró.
-¿Perdón?
Daniela sonrió tristemente.
-Sólo quería la atención de la persona adecuada-dijo, y su mirada se volvió peligrosa. Atrayente, dura, fría y al mismo tiempo ardiente.
Ella la miró de nuevo, con sus cálidos ojos, y le devolvió la sonrisa.
-Ten por seguro... que la tienes. Toda.
Y, con movimientos felinos e insinuantes, cerró la puerta.
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