miércoles, 20 de enero de 2010

Hacia delante

Duele.
Guardar un doloroso sentimiento dentro durante mucho tiempo. Tragarse la autocompasión y el orgullo y seguir aguantando, porque si. Porque todo va bien, todo es perfecto.
Y estallar una noche y llorar lo que no se ha llorado durante años.
Duele mucho.
Después, tratar de cambiar. Intentar transformar lo imposible, el agua en luz, tu propia sombra en una cuerda salvadora; buscar un último hilo que tire de ti tras haber perdido el dolor que parecía mantenerte con vida.
Duele hasta matar.
Y encontrarlo. Encontrar que no necesitas hilo, que el mismo dolor que aún sigue ahí no se irá. Comprender que la herida, aunque no cierre, es otra cicatriz; saber que no necesitas nada ni nadie nuevo para sacarte del pozo, porque no lo hay.
Duele mucho.
Ver que se ha cambiado, que se es como se quiere y nadie ha salido perdiendo con el cambio. Darse cuenta de que a veces lo que duele más es aquello que lleva por el camino que se desaba seguir.
Duele.
Y seguir, seguir adelante, cubierto de cicatrices y heridas sin cerrar.

Porque hay gente, entre la que me incluyo, que no puede permitir el dolor ajeno; y, sin embargo, siempre está dispuesta a sufrir con una sonrisa, como si fuese masoquista. Y de eso jamás me arrepentiré.

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