Todo el mundo habla del final feliz, del banquete con perdices y los cuentos colorados que se suben al tejado. Ese extendido y mitificado "happy ending", tan conocido como difícil de conseguir.
¿Qué hubiese dicho la princesa si se hubiese marchado del lado de su príncipe? ¿Si hubiese caído enamorada de la hermosísima y malvada bruja, y le dejase por ella?
Tal vez no hubiese dicho nada. O hubiese parpadeado dulcemente con sus largas pestañas, esbozado una triste sonrisa y tal vez hubiese dicho algo, un consuelo sin consuelo.
-Adiós, amor mío, mi final feliz; me embarco en pos de mi propia aventura, que sé larga y dolorosa para mí. Sigue adelante, príncipe, y no olvides olvidarme.
Ese roce imperceptible, esa imparable caricia de la vida que hace temblar al universo... ¡Renace! '¡Renace en ti, en todas esas cosas que tú eres, y déjate ser el mundo, el trueno, la chispa, el bello ser humano que nunca dejaste de ser!
miércoles, 3 de noviembre de 2010
miércoles, 27 de octubre de 2010
El reloj

Tic...tic...tic...tic... decía el viejo reloj.
Tan viejo era, que las manecillas en vez de moverse caían; y cuando llegan abajo, pues caían al revés.
Tic...tic...tic...tic... se quejaba el estropeado reloj.
De tan estropeado que estaba, los números habían emigrado dejando una x en su lugar; hoy, para saber qué hora es, tienes que despejar la incógnita.
Tic...tic...tic...tic... se reía el viejo reloj.
Tan viejo era, que las carcomas ya no le hacían más que cosquillas.
Tic...tic...tic...tic... lloraba el solitario reloj.
El hombre viejo y estropeado cogió su maleta y su bastón. Tic...tic...tic...tic...
Caminó despacito hasta la puerta, con una sonrisa pintada en sus arrugadas facciones. Tic...tic...tic...tic...
Se despidió con una mirada tierna de la foto de su hija, y dejó una caricia en el cristal. Tic...tic...tic...tic...
Abrió la puerta y suspiró. Adiós, vieja casa de recuerdos... pensó.
Tic...tic...tic...tic... la puerta se cerró tras él.
-Tac.
Y el viejo y solitario reloj se paró.
martes, 26 de octubre de 2010
Nuvole Bianche

Para ti, mi nuvole bianche, mi triste comienzo y hermoso crescendo, este pequeño trozo de lo que siento y pienso, porque fuiste tu quien me ayudó a descubrirlo; "perché sai che quello che dico è sempre vero, e tu sai che ti amo."
Hay veces en que, casi sin querer, rozamos las nubes con la punta de los dedos. Esas nubes blancas, frías y lejanas, tan cercanas al azul del cielo que casi se funden con él, esas nubes que albergan todos nuestros sueños, son nuestra felicidad; y cada vez que las tocamos, llueven sonrisas y lágrimas. Porque aunque no queramos, aunque no creamos en la felicidad, somos más que capaces de traerla a nuestra vida.
A mi, que como todos los humanos varias veces he caído y herido en la pequeña y simple realidad, los cambios me han llevado a comprender que, tanto en nuestras grandes ilusiones como en los pequeños detalles, están sujetos los hilos que mantienen nuestros sueños entre las nubes, y que jamás deben ser cortados; porque la avaricia rompe el saco, dicen, y al tratar de llevarnos toda la felicidad ésta se nos escapará entre los dedos como un jirón de niebla, una falsa ilusión. Dejemos que la felicidad venga y vaya allá lejos, en el cielo azul; porque es a ese mundo al que pertenece, y nosotros no podemos sino aprovechar cada momento y cada persona que nos lleve a rozar, con la punta de los dedos, esas lejanas nubes blancas.
viernes, 15 de octubre de 2010
Pies descalzos en la orilla
Baila, baila,
ardiente arena,
sereno mar
baila tango en la orilla mojada,
agitada espuma, impasible roca;
baila,
baila en la orilla
entre dos cuerpos mojados.
Baila,
incansable brisa,
baila conmigo y
sigue las olas
que no hacen sino bailar;
baila, baila
fría arena, ardiente mar;
baila conmigo, ola serena,
o al menos déjame bailar.
Bailan, gotas de agua
sobre tu cuerpo van a bailar;
y tus ojos serán la arena
y tu piel ardiente mar,
porque hoy voy a bailar,
bailar, a la orilla del mar.
ardiente arena,
sereno mar
baila tango en la orilla mojada,
agitada espuma, impasible roca;
baila,
baila en la orilla
entre dos cuerpos mojados.
Baila,
incansable brisa,
baila conmigo y
sigue las olas
que no hacen sino bailar;
baila, baila
fría arena, ardiente mar;
baila conmigo, ola serena,
o al menos déjame bailar.
Bailan, gotas de agua
sobre tu cuerpo van a bailar;
y tus ojos serán la arena
y tu piel ardiente mar,
porque hoy voy a bailar,
bailar, a la orilla del mar.
domingo, 10 de octubre de 2010
Sueño
Hay noches que duran más de lo que se supone; esas noches en las que el reloj da su bendición y duerme, olvidando en su sueño hacer correr los minutos que siempre sentencian al fin a los momentos más hermosos. Y, como si de una bula se tratase, pase lo que pase en ese tiempo dormido siempre se alcanzará el cielo.
miércoles, 6 de octubre de 2010
Alma de Viento
Hacía frío en aquella jodida calle, sí.
Apoyó la espalda en la pared helada y tosió, con aquella tos de fumador que tanto le reprochaba su padre; se llevó el cigarro a los labios y dió una larga calada.
-¿Qué, haciendo tiempo hasta que toque?
La voz, clara y con algún matiz de reproche, hizo que Daniela saliese de entre sus pensamientos.
-Ah... hola, profe.
La mujer hizo un mohín de disgusto y le quitó el cigarrillo, tirándolo al suelo.
-No deberías fumar.
-¿Y tú- le tuteó pensando que le molestaría- no deberías preparar tus próximas clases?
Ella soltó una carcajada y le revolvió el pelo, corto y con mechones azulados.
-Anda, entra. Y antes de que se terminen las clases, pásate por mi despacho.
Daniela iba a responder algo salido de tono, pero entonces llegó Sara, cortando el aire frío con su melena pelirroja; para cuando la había saludado, la profesora se había ido.
Trajo de cabeza a la profesora de Historia haciendo preguntas sin sentido, y aturdió al de Lengua y Literatura planteándole un problema sintáctico imposible; luego, se saltó las dos horas siguentes para dar un paseo en su moto, que sólo ella sabía de donde había sacado. Y, sin embargo, volvió a tiempo de echar un cigarro frente a la ventana de su despacho, con una burla que casi pedía a gritos ser observada.
Si supieras que te miro...
-¿No te cansas?
Daniela alzó una ceja, interrogante, desde su posición despatarrada en la silla, frente a la profesora.
-¿Cansarme de...?-preguntó, dejando hueco para la respuesta.
-De llamar la atención. De... querer que todo el mundo te mire.
La adolescente se rió un poco entre dientes y la miró. Joven, guapa, con el pelo largo y liso color negro carbón; vestida con chaleco, camisa y pantalones negros ajustados, sin olvidar las botas.
-...sincera, alegre, amable y atenta...-dijo en voz suave.
La profesora la miró.
-¿Perdón?
Daniela sonrió tristemente.
-Sólo quería la atención de la persona adecuada-dijo, y su mirada se volvió peligrosa. Atrayente, dura, fría y al mismo tiempo ardiente.
Ella la miró de nuevo, con sus cálidos ojos, y le devolvió la sonrisa.
-Ten por seguro... que la tienes. Toda.
Y, con movimientos felinos e insinuantes, cerró la puerta.
Apoyó la espalda en la pared helada y tosió, con aquella tos de fumador que tanto le reprochaba su padre; se llevó el cigarro a los labios y dió una larga calada.
-¿Qué, haciendo tiempo hasta que toque?
La voz, clara y con algún matiz de reproche, hizo que Daniela saliese de entre sus pensamientos.
-Ah... hola, profe.
La mujer hizo un mohín de disgusto y le quitó el cigarrillo, tirándolo al suelo.
-No deberías fumar.
-¿Y tú- le tuteó pensando que le molestaría- no deberías preparar tus próximas clases?
Ella soltó una carcajada y le revolvió el pelo, corto y con mechones azulados.
-Anda, entra. Y antes de que se terminen las clases, pásate por mi despacho.
Daniela iba a responder algo salido de tono, pero entonces llegó Sara, cortando el aire frío con su melena pelirroja; para cuando la había saludado, la profesora se había ido.
Trajo de cabeza a la profesora de Historia haciendo preguntas sin sentido, y aturdió al de Lengua y Literatura planteándole un problema sintáctico imposible; luego, se saltó las dos horas siguentes para dar un paseo en su moto, que sólo ella sabía de donde había sacado. Y, sin embargo, volvió a tiempo de echar un cigarro frente a la ventana de su despacho, con una burla que casi pedía a gritos ser observada.
Si supieras que te miro...
-¿No te cansas?
Daniela alzó una ceja, interrogante, desde su posición despatarrada en la silla, frente a la profesora.
-¿Cansarme de...?-preguntó, dejando hueco para la respuesta.
-De llamar la atención. De... querer que todo el mundo te mire.
La adolescente se rió un poco entre dientes y la miró. Joven, guapa, con el pelo largo y liso color negro carbón; vestida con chaleco, camisa y pantalones negros ajustados, sin olvidar las botas.
-...sincera, alegre, amable y atenta...-dijo en voz suave.
La profesora la miró.
-¿Perdón?
Daniela sonrió tristemente.
-Sólo quería la atención de la persona adecuada-dijo, y su mirada se volvió peligrosa. Atrayente, dura, fría y al mismo tiempo ardiente.
Ella la miró de nuevo, con sus cálidos ojos, y le devolvió la sonrisa.
-Ten por seguro... que la tienes. Toda.
Y, con movimientos felinos e insinuantes, cerró la puerta.
domingo, 26 de septiembre de 2010
A oscuras
Todo lo que te puedan contar, todo lo que puedas oír, ver o leer... no será jamás lo mismo que lo que puedas sentir.
Te darás cuenta de la penumbra, casi oscuridad, de la habitación; de que su piel, por la poca luz, casi es gris. Te percatarás de vuestra respiración; la suya tal vez agitada, la tuya tal vez calmada.
Te darás cuenta del roce de la piel con las sábanas, con su pelo, con su piel; de sus escalofríos cuando la acaricias. El calor confunde las escenas.
Sentirás sus manos agarrando tu espalda, sus uñas arañando tus hombros; sus dientes en el cuello, conteniendo en vano los jadeos y gemidos. Te darás cuenta de tus movimientos, rítmicos y parsimoniosos. Casi desesperadamente lentos y planeados.
Escucharás su voz entrecortada en busca de más, su boca anhelando aire; y te percatarás de tus besos en su cuello, en su mandíbula, en sus labios. Tus sentidos, aguzados; tu piel, sensible; y tu razón, ausente. Todo vívido, tanto que se funde.
Y después, silencio. Para qué las palabras, si basta con respirar para demostrar lo que en tu mente y cuerpo sucede. Los músculos se relajan, los dientes dejan de apretarse, y las sonrisas se dibujan levemente sin saberlo. El momento será el momento, y no se repetirá, puesto que es único. Y lo que a oscuras pasa, a oscuras se queda.
Te darás cuenta de la penumbra, casi oscuridad, de la habitación; de que su piel, por la poca luz, casi es gris. Te percatarás de vuestra respiración; la suya tal vez agitada, la tuya tal vez calmada.
Te darás cuenta del roce de la piel con las sábanas, con su pelo, con su piel; de sus escalofríos cuando la acaricias. El calor confunde las escenas.
Sentirás sus manos agarrando tu espalda, sus uñas arañando tus hombros; sus dientes en el cuello, conteniendo en vano los jadeos y gemidos. Te darás cuenta de tus movimientos, rítmicos y parsimoniosos. Casi desesperadamente lentos y planeados.
Escucharás su voz entrecortada en busca de más, su boca anhelando aire; y te percatarás de tus besos en su cuello, en su mandíbula, en sus labios. Tus sentidos, aguzados; tu piel, sensible; y tu razón, ausente. Todo vívido, tanto que se funde.
Y después, silencio. Para qué las palabras, si basta con respirar para demostrar lo que en tu mente y cuerpo sucede. Los músculos se relajan, los dientes dejan de apretarse, y las sonrisas se dibujan levemente sin saberlo. El momento será el momento, y no se repetirá, puesto que es único. Y lo que a oscuras pasa, a oscuras se queda.
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