jueves, 3 de junio de 2010

La princesa de los gatos




Ella es un príncipe. Un príncipe vestido de negro, de chupa de cuero y cadenas; un príncipe de piercing en el labio y mirada dura. Camina por las calles sin rumbo fijo, sin pena ni gloria, ni luna a la que aullar. Es un príncipe sin grandes hazañas, y sin más compañeros que los acordes que siempre suenan en sus oídos; su vida es un continuo break, un latido a contratiempo en un furioso silencio.
Ella le sonríe al aire, a los coches, al tabaco negro; es un príncipe imperfecto al que le gustan los vicios. Le gusta ver pasar a la gente por la calle, contemplando sin prisa alguna el estrés de los demás; y le sonríe al tiempo y a los horarios, burlándose del pitido del despertador cada mañana.
Ella es un príncipe, sin más noble corcel que la moto que está en el taller; no tiene grandes pretensiones, y el único reino a conquistar es el público de cada concierto. Es feligresa incondicional de las noches estrelladas desde su terraza, con una cerveza en la mano y escuchando Bad Reputation a todo volumen.
Ella sólo comparte su vida con un gastado cuaderno y su fiel guitarra; si tiene un bajón, escribe canciones tristes que acaban sus días en la basura. Que se deprima otro, ya habrá tiempo otro momento para la preocupación.
Ella es un príncipe de un solo sentido que odia los dobles caminos, las bifurcaciones, decidir; puede equivocarse, pero no dudará. Es príncipe sin más princesa que la noche, que siempre la abandona al amanecer; y cuando esto sucede, ella sonríe y se mete en su cama. “El mejor remedio para un desplante no es una botella sino la almohada”, suele decir.
Ella nunca rompe el silencio si puede evitarlo; una mirada, un gesto diferente, una leve sonrisa, con eso le basta para expresar todo lo que quiere decir. Siempre ronda cerca del cariño, pero se aleja precavida de lo que pueda haber más allá.
Fría, cálida, independiente; ágil, leal, astuta, príncipe y princesa de los gatos.