domingo, 26 de septiembre de 2010

A oscuras

Todo lo que te puedan contar, todo lo que puedas oír, ver o leer... no será jamás lo mismo que lo que puedas sentir.
Te darás cuenta de la penumbra, casi oscuridad, de la habitación; de que su piel, por la poca luz, casi es gris. Te percatarás de vuestra respiración; la suya tal vez agitada, la tuya tal vez calmada.
Te darás cuenta del roce de la piel con las sábanas, con su pelo, con su piel; de sus escalofríos cuando la acaricias. El calor confunde las escenas.
Sentirás sus manos agarrando tu espalda, sus uñas arañando tus hombros; sus dientes en el cuello, conteniendo en vano los jadeos y gemidos. Te darás cuenta de tus movimientos, rítmicos y parsimoniosos. Casi desesperadamente lentos y planeados.
Escucharás su voz entrecortada en busca de más, su boca anhelando aire; y te percatarás de tus besos en su cuello, en su mandíbula, en sus labios. Tus sentidos, aguzados; tu piel, sensible; y tu razón, ausente. Todo vívido, tanto que se funde.
Y después, silencio. Para qué las palabras, si basta con respirar para demostrar lo que en tu mente y cuerpo sucede. Los músculos se relajan, los dientes dejan de apretarse, y las sonrisas se dibujan levemente sin saberlo. El momento será el momento, y no se repetirá, puesto que es único. Y lo que a oscuras pasa, a oscuras se queda.