viernes, 14 de febrero de 2014

Una mancha

Hay guerra declarada
sin enemigo.
Agarra tus cuerdas y grítame
desde tu estómago. Grita,
hazme oírte,
escúchame hacer gestos
de rendición.
Es hora de ponerse en marcha.
Reloj... tic, tac, toc,
¿quién lo rompió?
Nadie sabrá
en qué segundo se quedó
varado,
como el barco que nos lleva
y que sabe a sal.
Sal de aquí,
y sácame tu piel de la memoria
por la base de mi cuello;
tu aguja es fina
e hiriente,
tu abogado un hilo invisible
que me quiere atar al techo.
No es tu altura
sino mi firmeza en tu error,
sin pedestal de gracia
ni bola de demolición.
Todo culpa de la imaginación.
Me captas, ¿no es cierto?
Sé que
nadie leyó mis cartas,
porque nunca fueron canción
ni deleite del dragón,
ni acrobacia sin público
o hierro en corrosión
al que pulir con nuevas vidas,
dibujadas,
extraídas de los cuentos
que las piedras suelen gritar
cuando las pisas.
Esto no es una declaración
pero te quiero, sin noche,
sin frío suelo
ni idea desnuda que deslizar sobre ti.
Qué más da
si ya lo sabes,
si ya conoces el signo de puntuación,
si me sabes leer porque descifras
mensajes,
que dejo entre mis huesos y mi carne.
No me rompas,
al menos guárdame en un sobre azul;
tan azul como el frío,
como el mar, como tú,
como la tinta de mis palabras.
Ten cuidado,
destiñen.